lunes, 3 de diciembre de 2012

El Camino de la Vida

Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis sitiaron la ciudad de Leningrado. El sitio duro 900 días, desde el 8 de septiembre de 1941 hasta el 27 de enero de 1944.


Dos millones y medio de habitantes quedaron encerrados en la ciudad: sin abastecimiento de ningún tipo, sin alimentos, ni calefacción, ni luz, ni agua… El invierno del primer año alcanzó temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. El hambre y el frío eran tan terribles que la gente caía en plena calle y allí quedaba. Las enfermedades, como la tuberculosis o la distrofia, completaban la tarea. Leningrado se moría…



Entonces se abrió el Camino de la Vida. El Lago Ladoga, al lado del cual se levanta la ciudad, se congela en invierno  y se convierte en una pista dura. Por esa carretera de hielo, en unas condiciones inverosímiles, empezó a llegar la ayuda...  y la esperanza. Se consiguió evacuar a más de medio millón de personas. Se tendió una tubería por el lecho del lago para hacer llegar a la ciudad el combustible. Más tarde, un cable para la electricidad...



El Camino de la Vida, a través del Lago Ladoga, funcionó durante todo el bloqueo y fue lo que hizo que Leningrado pudiera resistir. Aún así, miles murieron intentándolo. Tantos, que a veces más que el Camino de la Vida parecía el Camino de la Muerte. Al empezar el bloqueo Leningrado tenía más de 2,5 millones de habitantes. Al terminar, 670.000.

  





El Anillo Roto, del escultor Konstantin Simún, que fue uno de los niños que vivió el cerco de Leningrado y vivió para contarlo, es hoy el símbolo de la ciudad: el bloqueo como un anillo que atenazaba la ciudad y que el Camino de la Vida pudo romper.







Actualmente, en cada kilómetro de aquel camino, se levante un monumento conmemorativo. Todos son estremecedores porque recuerdan unos hechos terribles. Pero algunos lo son especialmente. Como ese bosque con 900 árboles, uno por cada día de bloqueo, adornados con un pañuelo rojo.

  


 En el tercer kilómetro se encuentra el Memorial a Tatiana Sávicheva. Tenía 11 años y una pequeña libreta en la que fue dejando constancia de la muerte de sus seres queridos. Escuetamente: un nombre (mi hermano Misha, mi hermana Nina, mamá…) y una fecha. Las dos últimas páginas son brutalmente precisas: “Murieron todos” en la página octava y “Solo ha quedado Tania” en la última. Ella también murió poco después, pero no había nadie para escribirlo… Hoy el Memorial a su nombre reproduce en piedra cada una de las hojas de aquella libreta.

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